Desmond Ford cuestionó la interpretación tradicional de las profecías de Daniel y Apocalipsis en los años 80, lo que desató un gran debate en la Iglesia Adventista. Este conflicto reveló la confusión entre la profecía clásica y apocalíptica, destacando la importancia de entender sus diferencias para evitar malentendidos.
En la década de 1980, el Congreso de Glacier View Ranch fue testigo de uno de los desafíos teológicos adventistas más grandes hasta entonces. El profesor y erudito bíblico, Desmond Ford, desafió la interpretación tradicional de la doctrina del Santuario y, junto con ella, el entendimiento de las profecías de Daniel y Apocalipsis.
Como era de esperarse, mientras que algunos reafirmaron su fe y posición mediante un concienzudo estudio de las Escrituras, otros abandonaron las filas de la iglesia y siguieron las interpretaciones de Ford. ¿Qué fue lo que pasó? No se supo distinguir entre las características de la profecía clásica y las de la profecía apocalíptica.
Esto sigue siendo un peligro para la iglesia en general. Así que antes de enfocarnos en las características de la apocalíptica bíblica, primero vamos a considerar algunas observaciones generales que son importantes para nuestro estudio.
Observaciones generales
En una investigación realizada por J. Barton Payne, se señaló que de los 31.124 versículos que componen la Biblia, 8.352 son profecías predictivas. Esto indica que un 28.5% del Antiguo Testamento y un 21.5% del Nuevo Testamento contienen material predictivo.[1] Con esto en mente, algunas observaciones generales surgen del propio testimonio de las Escrituras:
De manera específica, la Biblia afirma que Dios es el único capaz de predecir el futuro cercano y el distante (Deuteronomio 18: 22; Isaías 46: 10).
El intérprete contemporáneo no debe verse influido por las presuposiciones críticas modernas que rechazan el concepto de la predicción futura del escatón y del preconocimiento divino.
La profecía predictiva no fue dada simplemente para satisfacer la curiosidad humana sobre lo que pasará en el futuro.
A menudo, solemos encontrarnos con personas que buscar establecer un cumplimiento sensacionalista de las profecías bíblicas, que son guiados por los acontecimientos sociopolíticos actuales. Cada nueva ola de tensión en el mundo despierta una mente brillante pero equivocada al pensar que se puede satisfacer nuestra curiosidad sobre el futuro. Pero Dios dice «no» a tales usos mal dirigidos de las profecías bíblicas.
Las profecías en la Escritura fueron dadas con propósitos morales, tales como el establecimiento de la fe en Dios (Isaías 45: 21; 46: 9-11; cf. Juan 14: 29), y como motivación para vivir una vida santa (Génesis 17: 7-8; Éxodo 19: 4-6). Aunque Dios ciertamente nos da el bosquejo general de los eventos finales de la Biblia, nuestro enfoque principal respecto a las profecías no debe llevarnos a elaborar una detallada «Cronología sobre los eventos finales». Por el contrario, debe dirigirnos a entender cómo las profecías pueden impactar moralmente nuestras vidas.[2]
Al interpretar las profecías predictivas de la Biblia, es necesario dar los mismos pasos de análisis meticuloso que se siguen en la interpretación de cualquier texto bíblico.
Esto que incluye estudiar también el contexto histórico, la estructura literaria y otros rasgos literarios, los elementos gramaticales y sintácticos, los significados de las palabras dentro del contexto inmediato, y los mensajes teológicos que se desprendes del texto o los textos bajo estudio.[3]
Es de suma importancia reconocer que en las Escrituras hay dos géneros o tipos diferentes de profecías predictivas: la apocalíptica y la no-apocalíptica, a menudo llamada profecía «clásica» o «general».
Finalmente, la distinción entre estos dos tipos de literatura profética es sugerida por su ubicación dentro del canon bíblico.
En la forma canónica final del Antiguo Testamento, el libro de Daniel no está ubicado con los «Profetas», sino en la tercera sección, los «Escritos».
[4] Esto no se debe a que Daniel sea una producción literaria tardía (como algunos críticos aseguran); más bien, es porque Daniel cumple una función diferente a la de los profetas clásicos. Del mismo modo, el libro de Apocalipsis está reservado para una posición separada al culminar el testimonio del Nuevo Testamento; y el mismo título del Apocalipsis (Revelación), proporciona el nombre para este tipo de profecía.
Cuando se pasa por alto estas observaciones generales respecto al material profético/predictivo de las Escrituras, es fácil extrapolar los principios de interpretación de la profecía clásica[5] a la profecía apocalíptica. Por ello, surge la necesidad de reconocer y comprender las diferentes características de ambos tipos de material profético a fin de distinguirlas claramente y así evitar confusiones.
Ahora bien, hay varios estudiosos que han señalado las características comunes respecto a la apocalíptica como género literario.[6] Incluso cuando parece no existir un consenso sobre qué y qué no debería ser considerado como una característica de la apocalíptica, la gran mayoría de académicos —que no consideran puntos de vista filosóficos— creen que hay al menos siete elementos que conforman las características básicas de la apocalíptica bíblica.
Foco primario en el tiempo del fin
Mientras que la profecía clásica se centra en los eventos y escenarios contemporáneos, nacionales y locales, el foco principal de la profecía apocalíptica está sobre la extensión de la historia, con énfasis en el tiempo del fin.[7] Es verdad que en Daniel hay algunos relatos que describen eventos contemporáneos de su misma época con una aplicación trascendental; pero, en realidad, estas visiones no fueron registradas especialmente para la gente de dicha época. Fueron dadas para generaciones subsiguientes, quienes verían con claridad que Dios no había sido tomado por sorpresa, sino que supo de antemano la dirección que la nación de Israel tomaría a pesar del pacto que Él les había extendido. El libro de Daniel adopta este enfoque escatológico como su cuadro primordial en Daniel 12: 4. Allí, se le ordena a Daniel sellar el libro hasta el tiempo del fin.
En Apocalipsis 1–3, por otro lado, hay mensajes dirigidos a siete iglesias locales de Asia Menor, pero incluso estos mensajes representan el futuro panorama histórico: «las [cosas] que son, y las que han de ser después de estas» (1: 19).[8]En Apocalipsis 4: 1, Juan es invitado a «subir» para observar las cosas que ocurrirán en el porvenir, y el futuro panorama de la historia que culmina en el tiempo del fin es el foco de las visiones recapituladoras del resto del libro.[9] El libro de Apocalipsis presenta la apertura del libro sellado de Daniel en los últimos días (Apocalipsis 10: 1-2, 5-6; cf. Daniel 12: 7), y proporciona una revelación mayor que complementa al libro de Daniel.
Escatología desde fuera de la historia
En la profecía clásica, la escatología y la finalización del Gran Conflicto son descritas como si ocurrieran, mayormente, dentro de la historia. Utiliza al pueblo de Dios, el Israel nacional, geopolítico y étnico. Por otro lado, la escatología apocalíptica describe una irrupción final y universal de Dios desde fuera de la historia que trae el fin de la historia humana tal como se la conoce y también presenta la solución final y universal al gran conflicto.[10]
Esta característica resalta, una vez más, la perspectiva divina esencialmente distinta entre la profecía clásica y apocalíptica. La profecía clásica revela el plan original de Dios en el que la historia de este mundo puede desarrollarse mediante un pueblo fiel al pacto. Nos muestra que el corazón de Dios anhela que su plan alcance su cumplimiento mediante su pueblo. Nos muestra lo que podría haber ocurrido. La profecía apocalíptica, al contrario, revela que Dios tiene presciencia absoluta y no puede ser tomado por sorpresa. Él sabe en detalle lo que pasará y cuáles serán las elecciones humanas. Daniel y el Apocalipsis fueron escritos para mostrar lo que será.
Contrastes llamativos
Aunque la profecía clásica contiene algunos contrastes (por ejemplo, los dos caminos de bendiciones y maldiciones puestos ante Israel; cf. Deuteronomio 27–28), la profecía apocalíptica contiene contrates llamativos que algunas veces son llamados «dualismos». Esto no es dualismo platónico-griego, que contrasta lo transitorio, las cosas inferiores de la materia terrenal con lo eterno, la dimensión sublime del espíritu trascendental y etéreo. Más bien, la profecía apocalíptica tiene el «dualismo» del realismo bíblico, contrastando 1) el bien y el mal, 2) esta edad con la época que vendrá (ambas dentro del tiempo), 3) la tierra y el cielo (ambas realidades espaciotemporales), 4) Cristo y Satanás, 5) el justo y el impío, etcétera. Estos contrastes llamativos son evidentes en cada página de Daniel y Apocalipsis.
Simbolismo profundo y complejo
Un símbolo en sí mismo es una representación trascendental de la verdad.[11] De esta manera, un cordero simboliza la inocencia, un cuerno la fuerza, etcétera. No obstante, los símbolos en la Escritura, a menudo, se convierten en los «ladrillos» que componen la profecía y la tipología.[12]Así, el cordero del Santuario simboliza a Cristo, el Cordero de Dios (Juan 1: 29); los cuatro cuernos y el cuerpo pequeño de Daniel 7 representan poderes políticos o político-religiosos específicos, etcétera.
En la profecía clásica, hay una cantidad limitada de simbolismo. Generalmente, aparecen símbolos realísticos tomados de la naturaleza (por ejemplo, la viña infértil simbolizaba al Israel infiel en Isaías 5; un magnífico cedro representaba al exaltado Judá en Ezequiel 17: 22-24, etc.). En la profecía apocalíptica, sin embargo, hay una profusión del simbolismo, muchas veces con símbolos complejos de bestias con múltiples cabezas y cuernos, y animales con diferentes características (por ejemplo, el león con alas de águila en Dan. 7: 4 y el leopardo con cuatro alas y cuatro cabezas en Daniel 7: 6).
Común en el Próximo Oriente
Este tipo de simbolismo complejo era común en los países del Próximo Oriente antiguo, como Babilonia y Medopersa; de esta forma, Dios usaba el tipo de lenguaje que estas naciones entendían. En este contexto, Dios «se contextualiza» o «se encuentra con las personas en donde están» con el fin de comunicar su mensaje de manera más efectiva. De allí que él emplea una imagen de metal cuando le muestra a Nabucodonosor el desarrollo de la historia en un sueño, ya que el rey entendería claramente esta clase de simbolismo.
Él también usa bestias salvajes para describir el mismo desarrollo de la historia en la visión de Daniel 7 (registrada en arameo, la lengua franca del imperio babilónico) pues bestias similares decoraban la Puerta de Ishtar en Babilonia durante el tiempo de Daniel. Pero cuando Dios se dirigió a su propio pueblo en Daniel 8 (en hebreo), mostrando el mismo panorama anticipado del desarrollo de la historia, usó como símbolos los animales que se usaban para los sacrificios en el Templo israelita (¡en particular en el día de Expiación!). Así, Dios empleó las maneras más vívidas de comunicarse con los destinatarios deseados, sin distorsionar y dejar de lado el contexto.
En el libro del Apocalipsis, la introducción (1: 1) indica que todo el libro fue declarado (Griego sēmainō) por Cristo a Juan, y que, al igual que el libro de Daniel, está repleto de símbolos complejos, a menudo tomados del mismo Daniel (por ejemplo, la bestia de Daniel 7 y las bestias de Apocalipsis 13 y 17).[13]Al interpretar los símbolos de la profecía apocalíptica, es posible derivar principios básicos del propio uso del simbolismo que hace la Escritura. Como una guía práctica, uno puede preguntarse lo siguiente:
Preguntas
El tema bajo consideración en el pasaje ¿es claramente un símbolo?
Si el contexto no es simbólico o el significado natural tiene sentido, se debe estar atento a no considerar arbitrariamente como simbólico lo que debe entenderse literalmente. También es necesario recordar que algunos temas deben ser interpretados literalmente, aunque al mismo tiempo apuntan simbólicamente a algo más allá de ellos mismos (por ejemplo, el Santuario celestial y sus servicios representados en Daniel y el Apocalipsis es real, aunque también simbolizan las realidades del evangelio centradas en Jesús).[14]
La interpretación de un determinado símbolo ¿es proporcionado en el contexto inmediato? (por ejemplo, Daniel 8: 20; cf. Apocalipsis 1: 20; 4: 5; 17: 15). El significado del símbolo ¿es proporcionado en algún otro lugar de las Escrituras?
Para este detalle, algunos podrían recurrir a una concordancia bíblica, especialmente para aquellos símbolos en el Apocalipsis que se derivan del Antiguo Testamento.
El símbolo ¿tiene más de un significado en diferentes contextos? (p. ej., un «león» se refiere tanto a Cristo [Apocalipsis 5: 5] como a Satanás [1ª de Pedro 5: 8]). ¿Hay diferentes símbolos que pueden representar una misma cosa? Por ejemplo, el «cordero» y el «león» (Apocalipsis 5: 5-6) se refieren a Cristo.
El estudio del simbolismo, especialmente del grecorromano y del Próximo Oriente antiguo ¿arrojan luz sobre el símbolo bíblico? Aquí es imperativo consultar comentarios debido al posible uso de fuentes en Daniel y Apocalipsis.
¿Cuál de los posibles significados del símbolo encaja mejor dentro del contexto inmediato del texto bajo estudio?
Aquí se necesita comprobar la compatibilidad con el tema principal desarrollado en el pasaje y con el contexto literario y textual.
¿Qué contribución hace el símbolo al desarrollo general del pensamiento y la estructura en el pasaje? En el simbolismo complejo ¿cuáles son los principales puntos del símbolo presentado?
Se importante tener en cuenta que el símbolo no puede ser exactamente igual a lo que representa. Algunos detalles del simbolismo, sencillamente, pueden sobrar en la imaginería bíblica. Un símbolo es, por naturaleza, un signo/señal o figura que tiene fluidez y solo es representativo.
¿Cuál es el cumplimiento histórico que encaja con exactitud con el símbolo apocalíptico predictivo?
Se debe ser cuidadoso y dejar que la imaginería bíblica sea el factor en control, no la historia; tampoco hay que «torcer» la representación histórica para que encaje con el simbolismo.[15]
La fuente de la revelación en visiones o sueños
En la profecía clásica, la fuente principal de revelación es «la Palabra del Señor», la cual es recibida por el profeta inspirado. En el Antiguo Testamento, fuera de Daniel, hay más de 1.600 menciones de cuatro palabras hebreas en cuatro frases diferentes con ligeras variantes que explícitamente indican que Dios mismo es quien ha hablado:
- «la palabra [ne’um] de Jehová», aparece 361 veces;
- «Así dice [’āmar] el Señor», aparece 423 veces;
- «y Dios habló [dibbēr]», aparece 422 veces; y
- la «palabra [dābār] del Señor», aparece 394 veces.
El mensaje profético equivale a un mensaje divino
Varias ocasiones, se registra la idea de que el mensaje profético equivale a un mensaje divino: el profeta habla por Dios (Éxodo 7: 1-2; cf. 4: 15-16), Dios pone sus palabras en la boca del profeta (Deuteronomio 18: 18; Jeremías 1 :9), la mano fuerte del Señor está sobre el profeta (Isaías 8: 11; Jeremías 15: 17; Ezequiel 1: 3; 3: 22; 37: 1), o la palabra del Señor viene sobre él (Oseas 1: 1; Joel 1: 1; Miq. 1: 1; etc.). Jeremías 25 amonesta a su audiencia por no escuchar a los profetas (versículo 4), lo cual es lo mismo que no escuchar al Señor (versículo 7).
En el libro de Daniel, en vez del lenguaje de «las palabras del Señor», uno encuentra que las bases de la revelación apocalíptica son usualmente las visiones o sueños (Daniel 2, 7, 8) y, a menudo, acompañados por un ángel intérprete (Daniel 7: 15-27; 8: 15-26; 9: 21-27; 10: 10-21; 11: 1-45; 12: 1-4, 9-13).
Respecto a toda la obra del Apocalipsis, Jesús la «declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan» (1: 1), y el libro está, mayormente, compuesto de mensajes visuales y auditivos (por ejemplo, Apocalipsis 1: 10: «Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor»; Apoc. 4: 1: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas»; y las numerosas declaraciones de Juan que estructuran la mayor parte del libro: «Y me mostró…», «Y vi…», «Y escuché…»).[16]
Soberanía e incondicionalidad divina
En la profecía clásica, la condicionalidad es una característica fundamental, en donde dos vías alternas, representadas en su origen en Levítico 26 y Deuteronomio 27–28, son delineadas en la propia generación del profeta: el camino de la lealtad al pacto, que llevaba a la prosperidad (las bendiciones del pacto) y el camino de la deslealtad al pacto, que conducía al desastre (las maldiciones del pacto); aunque, para el pueblo remanente de Dios, era asegurado un cumplimiento definitivo de las promesas del pacto.
Dentro de las secciones proféticas de Daniel y Apocalipsis, el elemento condicional está ausente. En el libro de Daniel, la soberanía de Dios y su control sobre la historia son revelados cuando a Daniel se le muestra, no lo que podría llegar a ser para Israel y otras naciones, sino (desde la perspectiva de la presciencia de Dios) lo que será. No se exponen las alternativas de bendición o maldición a cambio de obediencia o rebelión. Más bien, Dios revela, en una sucesión constante, los ascensos y las caídas de naciones desde el tiempo de Daniel hasta el tiempo del fin.
El mismo flujo de la historia, desde el tiempo de Juan hasta el tiempo del fin, es encontrado en el Apocalipsis. Aunque este último sí presenta un llamamiento para que las personas se unan al lado de Cristo en la lucha cósmica (ver por ejemplo, las siete iglesias en Apocalipsis 2–3), al mismo tiempo, se presenta la secuencia de progresión histórica del drama cósmico como algo fijo e inalterable.[17]
El desarrollo completo de la historia desde el tiempo del profeta hasta el tiempo del fin
En la profecía clásica, hay un «salto profético» donde el profeta va desde una crisis contemporánea y local (como ocurre con la plaga de langostas de Joel 2), al día escatológico del Señor (Joel 3 [Hebreos 4]), sin dejar constancia de todos los detalles históricos intermedios; como si se tratase de varias montañas imponentes, con grandes valles entre las mismas que, vistas desde la distancia, a menudo parecen una sola montaña.
Por el contrario, en la profecía apocalíptica, las visiones dadas al profeta generalmente presentan todo el desarrollo de la historia desde el tiempo del profeta hasta el tiempo del fin, sin espacios entre el contexto local y la conclusión final, o entre las diferentes etapas del cumplimiento profético.
Conclusión
Las Escrituras contienen una buena cantidad de profecías predictivas. Y para diferenciarlas, estas se clasifican en dos tipos: la clásica, que se centra fundamentalmente en los eventos y escenarios contemporáneos, nacionales y locales de la época del profeta; y la apocalíptica, representada principalmente por los libros de Daniel y Apocalipsis. Esta «usa la forma del relato para desvelar cosas relacionadas con Dios que van más allá de lo que pueden abarcar los cincos sentidos, cosas como las realidades del cielo y el curso de la historia, que llevan a la salvación que Dios otorga al fin del mundo».[18]
En otras palabras, mientras que el foco principal de la profecía clásica es la situación inmediata, de corto alcance; la apocalíptica tiene una perspectiva de largo alcance que recae en el tiempo del fin. Además, la profecía clásica es condicional, mientras que la apocalíptica no lo es.
Ahora, es necesario establecer qué enfoque de interpretación profética debería usarse para interpretar la profecía apocalíptica. Esto lo analizaremos con cierto detalle en el próximo artículo.
Autores: Joel Iparraguirre y Richard M. Davidson. Joel es licenciado en Teología y Richard (Ph.D., Andrews University), es autor de varios artículos y libros, así como director del Departamento de Antiguo Testamento del Seminario Teológico de Andrews University, Berrien Springs, Michigan, EE.UU.
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