Cualquier tema es apto para enfrentar al otro y enarbolar su bandera de «verdad», no importa el cómo. Lo único importante es defenderla, aunque se haga hiriendo al otro y faltándole al respeto con esa actitud agresora.
Por supuesto, esto incluye criticar y rebuscar la paja para no ver la viga del propio ojo. Muy religioso, pero muy poco cristiano. Porque el ejemplo del Maestro nunca fue ese.
Conocer religiosos así me llevó a pensar en mí, en nosotros, en Cristo y su pacificadora valentía a la hora de vivir la Verdad, en contraposición con esa religiosidad agresiva a la hora de defenderla.
¿Defender la verdad con violencia?
Si la única Verdad que existe es Dios, y Dios es Amor, es su carácter y su esencia, ¿podemos defender el Amor con violencia?
Cuando un cristiano denominacional defiende una postura que considera correcta, y se cree en posesión absoluta de la verdad, por lo general le entra una especie de «santa ira» y se vuelve bastante intolerante con el otro, tanto que es capaz de sendas agresiones ideológias, empuñando textos bíblicos descontextualizados como si fueran espadas.
Es cierto que somos seres humanos y, como tales, tenemos serias taras producidas por el pecado, pero también es cierto que cuando aceptamos vivir con Cristo el Espíritu Santo comienza su obra dentro de nosotros y somos, poco a poco, transformados a imagen del carácter de Jesús, cuya esencia es la misma que la de Dios: el Amor.
¿Te imaginas a Jesús siendo intolerante con las personas? ¿Intransigente en su trato? ¿Violento? Jesús, como Dios, se opone al pecado, pero ama al pecador. Es el trato de un padre con un hijo que hace algo equivocado. Rechaza radicalmente lo malo que éste ha hecho, pero ama incondicionalmente a su pequeño.
El Jesús que describe la Biblia
El Jesús que describe la Biblia Ama de verdad al ser humano. Nunca volvió la cara, ignoró o trató mal a un pecador que buscaba ayuda o respuestas. Lo Amó (sí, así, con mayúscula) y deseó su arrepentimiento, sanación y transformación.
No podemos evitarlo. Ante un mismo hecho, los seres humanos extraemos conclusiones diferentes. Nuestra realidad, educación, personalidad, vivencias, etc. forman parte del filtro por el que pasan los hechos que analizamos, dando, muy a menudo, resultados distintos ante una misma verdad. También con respecto a la Biblia. ¿Debemos atacarnos por ello? ¿Estamos llamados a convencer al otro de cualquier manera?
Comprensión progresiva
Para empezar, la comprensión de la Biblia (igual que la revelación) es progresiva, conlleva un crecimiento y una madurez que se gana poco a poco con la relación personal con Cristo, la oración, el estudio y la presencia del Espíritu Santo. Debemos tener más paciencia y más amor unos con otros.
Hay quienes sostienen «soy responsable de lo que digo, no de lo que tu entiendes». Cierto… hasta un punto. Lo importante no es tanto el mensaje como el hecho de que el que el otro pueda comprender lo que digo, y desde luego en esa comunicación lo menos adecuado es la agresividad. Ésta nos aleja del otro, en lugar de acercarnos.
La violencia tiene muchas formas
Se hizo un experimento sencillo con perros y con bebés. Se les decían palabras cariñosas con tono violento, y palabras groseras e insultos con tono amoroso. Tanto los animales como los niños respondían negativamente a lo primero y positivamente a lo segundo. La conclusión del estudio fue evidente:no importan las palabras, ni su significado, lo realmente importante es la actitud con la que las decimos. No en vano, el 90% de nuestra comunicación es no verbal. La comunicación más allá de las palabras: la entonación, los gestos, lo que no decimos, o cómo lo decimos… comunica mucho más que nuestras palabras. Y lo más importante: no miente.
Podemos engañar con las palabras que pronunciamos, incluso forzar nuestra actitud, pero el lenguaje no verbal nos delata.
Puedo decir «te quiero» y hacer daño con mi actitud y mi comportamiento. No es un «te quiero» real, y no importa el significado de esas palabras. Lo importante es lo que hago, no lo que digo. Esa es la verdad.
El término «Cristianos violentos» debería dañarnos los oídos. ¿Acaso no podemos defender nuestros posicionamientos de manera pacífica? Como cristianos, cuando somos violentos mostramos incoherencia. Un cristiano es un seguidor de Cristo, y como tal imitador del Maestro. Jesús no era violento. Si el carácter de Dios es Amor, y el que no Ama (sí, así, con mayúscula), no conoce a Dios… el que Ama si le conoce (1ºJuan 4:7-8).
Jesús y la ira
«¡Pero Jesús cogió un látigo y tiró las mesas de los comerciantes en el Templo, espantando al ganado!» Esgrimían mis alumnos de 4º de la ESO cuando les daba clases de religión en el CAS allá por 2005. Ese pasaje no es excusa para un comportamiento violento, o para una actitud agresiva.Jesús era hombre, pero sin pecado como Adán, y eso solemos olvidarlo transfiriéndole actitudes y rasgos de carácter pecaminosos que Él no tenía. Interpretamos los pasajes bíblicos desde nuestra perspectiva humana pecadora.
Este pasaje de la Biblia tiene que ver con el rechazo de Dios al pecado no con la relación de Jesús con el pecador. La ira de Cristo no fue contra las personas, sino contra el pecado. Dice Elena G. White en el Deseado de todas las gentes, capítulo 16, (lee el capítulo completo y si puedes, el libro entero), que aquello parecía «una feria de ganado y no el Templo de Dios». Jesús es tierno con las personas, pero implacable con el pecado. Aquello no era permisible, los mercaderes lo sabían y no les importaba hacer lo malo delante del Señor. Pero leamos cómo fue la escena realmente, no le supongamos a Jesús una violencia que no ejerció.
«…Y al contemplar la escena, la indignación, la autoridad y el poder se expresaron en su semblante. La atención de la gente fué atraída hacia él. Los ojos de los que se dedicaban a su tráfico profano se clavaron en su rostro. No podían retraer la mirada. Sentían que este hombre leía sus pensamientos más íntimos y descubría sus motivos ocultos. Algunos intentaron esconder la cara, como si en ella estuviesen escritas sus malas acciones, para ser leídas por aquellos ojos escrutadores.
La autoridad de Cristo
»La confusión se acalló. Cesó el ruido del tráfico y de los negocios. El silencio se hizo penoso. Un sentimiento de pavor dominó a la asamblea. Fué como si hubiese comparecido ante el tribunal de Dios para responder de sus hechos. Mirando a Cristo, todos vieron la divinidad que fulguraba a través del manto de la humanidad. La Majestad del cielo estaba allí como el Juez que se presentará en el día final, y aunque no la rodeaba esa gloria que la acompañará entonces, tenía el mismo poder de leer el alma. Sus ojos recorrían toda la multitud, posándose en cada uno de los presentes.
»Su persona parecía elevarse sobre todos con imponente dignidad, y una luz divina iluminaba su rostro. Habló, y su voz clara y penetrante—la misma que sobre el monte Sinaí había proclamado la ley que los sacerdotes y príncipes estaban transgrediendo,—se oyó repercutir por las bóvedas del templo: “Quitad de aquí esto, y no hagáis la casa de mi Padre casa de mercado.»
»Descendiendo lentamente de las gradas y alzando el látigo de cuerdas que había recogido al entrar en el recinto, ordenó a la hueste de traficantes que se apartase de las dependencias del templo. Con un celo y una severidad que nunca manifestó antes, derribó las mesas de los cambiadores. Las monedas cayeron, y dejaron oír su sonido metálico en el pavimento de mármol. Nadie pretendió poner en duda su autoridad. Nadie se atrevió a detenerse para recoger las ganancias ilícitas.
Un hecho puntual
»Jesús no los hirió con el látigo de cuerdas, pero en su mano el sencillo látigo parecía ser una flamígera espada. Los oficiales del templo, los sacerdotes especuladores, los cambiadores y los negociantes en ganado, huyeron del lugar con sus ovejas y bueyes, dominados por un solo pensamiento: el de escapar a la condenación de su presencia. El pánico se apoderó de la multitud, que sentía el predominio de su divinidad. Gritos de terror escaparon de centenares de labios pálidos.
»Aun los discípulos temblaron. Les causaron pavor las palabras y los modales de Jesús, tan diferentes de su conducta común. Recordaron que se había escrito acerca de él: “Me consumió el celo de tu casa.” Pronto la tumultuosa muchedumbre fué alejada del templo del Señor con toda su mercadería….En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para Israel y para el mundo».
Jesús no usó la violencia, sino su autoridad como Dios. Una autoridad que nosotros no tenemos, aunque a veces creamos que si, y nos encante ejercerla para ponernos por encima del otro.
Jesús no nos llama a la violencia, sino a la paz, el perdón y el amor
No hay un solo texto bíblico en el que Jesús invite a sus discípulos al uso de la violencia, sino todo lo contrario. Estamos llamados a Amar como Él Ama (Juan 13:33-35). Con el perfecto Amor de Dios, que solamente podemos obtener conectados a Él, no con nuestro voluble amor humano). Pero nos es mucho mas fácil posicionarnos sobre el otro para someterlo, para indicarle lo que hace mal, que amarlo y mostrarle con respeto, paciencia y Amor como hacerlo bien. Preferimos malinterpretar el momento del Templo, que analizar la multitud de veces que Jesús amó y sanó a las personas.
Estamos llamados a amar y sanar almas al llevarlas a los pies de Cristo, el único que puede salvar y restaurar. Ese es nuestro cometido. La autoridad dejémosela a Él. Ningún ser humano tiene autoridad sobre otro. Solo Dios, solo Cristo.
El respeto es el primer paso hacia el Amor. Nadie nos ha dado permiso para agredir al otro con nuestra verdad (que no siempre es la Verdad de Dios, porque la Verdad de Dios es que Dios es Amor y de ahí debe partir todo lo demás).
La Biblia, en clave de Amor
La Biblia existe para mostrarnos el Plan de Salvación, y el Amor de Dios por cada ser humano, desde el principio del mundo hasta el final. No para usarla como arma arrojadiza o entronarnos como ejemplos para los demás. Jesús no es violento, es el Príncipe de Paz del que habla Isaías 9:6. El carácter de Dios, y la Biblia entera, debe ser comprendido a la luz de Su carácter de Amor perfecto. Si no entendemos eso, no podremos entender nada. La Biblia leída sin la llave del Amor de Dios es un simple Best Seller, no el Plan de Salvación.
Como cuando leemos música, la clave es la llave. No es lo mismo un do en la clave de sol que en la de fa. Por eso es tan importante leer la Biblia en clave de Amor.
Nuestra tarea en este mundo no es ser cristianos agresivos, dispuestos a convencer al otro sea como sea… acosando, faltando al respeto, defendiendo la Verdad a como de lugar, etc. Nuestra misión es permitir que el Espíritu Santo trabaje en nosotros para reflejar el carácter de Cristo y compartir el Evangelio, esto es: las buenas nuevas de la Salvación. Una salvación que obra un Dios de Amor, por Amor, con Amor… no puede contaminarse de agresividad o violencia.
La Verdad no necesita ser defendida, necesita ser vivida
La Verdad no necesita ser defendida, necesita ser vivida. Porque al vivirla, se defiende sola. Es el testimonio personal lo que las personas mejor entienden. Cuando nos empeñamos en defender ideológicamente la Verdad con agresividad, la sesgamos, la tergiversamos… porque automáticamente nos desautorizamos para enarbolarla. Hagamos como Pablo en el aerópago y no perdamos el tiempo con vanas discusiones (Hechos 17:22-31). Mostremos a Dios, viviéndolo.
Seamos testimonio, que los hechos hablan siempre más fuerte que las palabras. Oremos por quienes pensamos que están equivocados y demos luz con amor y cuidado, conforme vayan madurando para aceptarla. Iluminar una estancia oscura de golpe, daña los ojos. La luz debe ser progresiva.
Dios (y Su Amor y Su Plan de Salvación) es la Verdad. Nuestra verdad (con minúscula) necesita ser transformada por el Amor de Dios para poder cambiarnos y llegar a los demás, a través del ejemplo de lo que Dios ha hecho en nuestra vida.
Estamos llamados a compartir, no a convencer, eso último es trabajo del Espíritu Santo, no nuestro. Estamos llamados a algo mucho más difícil: estamos llamados a reflejar el carácter de Cristo, a Amar de verdad y a que los demás se enamoren de Jesús como lo estamos nosotros.
Valientes para postrar el «yo»
Pero claro… la defensa de la Verdad, aunque sea con agresividad, es mucho mas fácil que dejarnos cambiar. La transformación del carácter exige la valentía de postrar el «yo» con humildad para dejar que el Espíritu Santo trabaje en nosotros. Es abrir la puerta (Apocalipsis 3:20), para que Jesús entre, y se quede a vivir, con nosotros.
Es mucho mas cómodo ser cristianos denominacionales y defender, a como de lugar, lo que creemos, que transformarnos en lo que creemos. Mucho mas complicado «ser» que «parecer».
El verdadero Amor trae Paz (sí, también con mayúscula, porque es de la que solo Dios puede dar). El carácter de un cristiano realmente convertido exhala Paz y Amor por sus semejantes, porque refleja el carácter de Cristo. Es obediente a la Ley de Dios, como lo era Jesús, pero no impone nada, como hacía Él. Puede fallar, porque es humano, pero se arrepentirá y seguirá su camino, siempre hacia adelante y hacia arriba, de la mano de Dios.
Un cristiano agresivo que enarbola su bandera de verdad para tener razón, necesita pasar mas tiempo contemplando el carácter de Jesús y permitiendo que el Espíritu Santo sane su autoestima y pueda transformarle. Humildemente debe abrir la puerta de su corazón y su mente para que el Amor de Dios le cambie y le llene de esa Paz y ese Amor, que no son de este mundo.
Pacificadores valientes, como Jesús
Pero para llevar con nosotros la Paz y el Amor de Dios, necesitamos ser valientes. Valientes para dejar el «yo»; para entregarnos al Señor; para permitir que obre en nosotros, que nos transforme a imagen de Su carácter santo; para enfrentar las burlas de los demás; para sonreír ante las ofensas; para no responder con violencia; para Amar a quienes nos odian; para vivir contra corriente de la mano de Jesús; para no imponer la verdad, que el propio Dios no impone sino que respeta el libre albedrío de cada cual; para aprender a Amar y respetar al otro… Para dar un paso más allá de presentar la Verdad y VIVIRLA.
Nunca reconocerás a un verdadero cristiano por lo que dice, sino por lo que hace; no por sus palabras, sino por su carácter. Su carácter evidencia el trabajo del Espíritu Santo en su interior. Los argumentos… se los lleva el viento.
Un verdadero cristiano vive tratando de imitar a Jesús, reflexionando en Su carácter, con oración y estudio de la Biblia. Está tan ocupado en permitir al Espíritu Santo que trabaje en su interior, que no tiene tiempo de andar juzgando y criticando a los demás.
Un verdadero cristiano Ama y obedece la Ley (que no es mas que un decálogo de Amor a Dios y a los demás).
Un verdadero cristiano está conectado a Dios cuyo carácter y esencia es el Amor. Un cristiano que no Ama, no obedece la Ley, aunque guarde todos los mandamientos. Porque el resumen de la Ley es amar a Dios y al prójimo.
Un cristiano agresivo no es un verdadero cristiano
De modo que un cristiano agresivo no es un verdadero cristiano porque no refleja el carácter de Cristo, y porque por mucho que alguien obedezca la Ley, si no Ama ha perdido de vista el sentido de la misma, como los fariseos.
La misión del pueblo judío era mostrar el carácter de Dios al mundo. Fallaron entronizando lo que ellos creían que era la verdad y dejando de vivir la Verdad (que es Dios, y Su Amor salvador, no hay otra). Entronizaron las normas y desvirtuaron la Ley. Adoraron a la religión, en lugar de a Dios. Cada cristiano sincero, hoy, es el pueblo de Dios. ¿Fallaremos nuevamente? El todo es tan fuerte como cada una de sus partes. Vivirás para ser un reflejo de la Verdad o para defender tu verdad?
La verdadera religión (de «religare», volver a unir al hombre con Dios) es relación. Sin relación, sin Amor, no hay verdadera religión. La Ley busca unir al hombre con su Creador, consigo y con los demás. Es el deseo de un padre para que le vaya bien a sus hijos (Deuteronomio 4:40 y Deuteronomio 12:28).
Si nuestra actitud falla, no importa lo que digan nuestras palabras
Estamos llamados a dialogar, a mostrar la Verdad, pero no a faltarnos el respeto unos a otros; no a imponer nuestro criterio; no a criticar; no a desprestigiar; no a maltratar. ¿Cómo corregía Jesús? ¿Cómo compartía Él la Verdad? Amando al otro, en primer lugar.
El Señor nos ha dotado del don de la libertad. Ni el mismo Dios nos obliga, ¿por qué nos empeñamos en imponer a los demás? Podemos y debemos dialogar, mostrar, enseñar, pero siempre sin agresividad y sin colocarnos por encima del otro. Estamos llamados a Amar y a ayudarle a volver al Padre, pero llegando hasta donde el otro nos permita llegar.
Respeto + cariño + ayuda + ejemplo + oración intercesora = aprender a Amar a los demás.
Como iglesia, como cristianos, estamos llamados a ser pacificadores valientes, no cristianos agresivos. Llamados a vivir y a compartir el Evangelio siendo imitadores de Cristo, no a simplemente defenderlo con argumentos, y mucho menos con violencia, aunque sea verbal.
El mayor argumento es y será siempre el testimonio personal. Si nuestra actitud falla, no importa lo que digan nuestras palabras.
Autora: Esther Azón. Teóloga y comunicadora. Redactora y coeditora de revista.adventista.es
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